Medio: Acto simbólico
Un hombre común (yo) pega etiquetas a la gente que pasa por ahí. Las estampas tienen escrito una ocupación, titulo o categoría social. Miden 10 cm x 2 cm, se piensa en aproximadamente 200 etiquetas. Está a consideración el registro fotográfico del evento. El lugar planeado es en la Escuela Nacional de Artes Plásticas debido a sus cualidades de lugar cerrado que permiten el proceso.
Un hombre común (yo) pega etiquetas a la gente que pasa por ahí. Las estampas tienen escrito una ocupación, titulo o categoría social. Miden 10 cm x 2 cm, se piensa en aproximadamente 200 etiquetas. Está a consideración el registro fotográfico del evento. El lugar planeado es en la Escuela Nacional de Artes Plásticas debido a sus cualidades de lugar cerrado que permiten el proceso.
Justificación y marco teórico
En la sociedad actual dominada por el consumo, las personas son productos más del mercado. Se venden así mismas y su primera presentación ante el mundo es su título, ya sea de grado académico como vocacional. Pero esto nos hace preguntarnos si el significante (titulo vocacional) hace referencia al significado (practica real del ejecutante).
En la edad media, las vocaciones se transmitían de maestro a discípulo entonces se trasmitía el conocimiento de determinada “arte”; con la llegada de la industrialización esta práctica dio paso a la especialización. Ahora uno no puede meterse en la actividad de otro, cada quien tiene su rama y peor aún algunos no actúan bajo los “términos” de su supuesta profesión.
La obra “etiquetas” reflexiona, o más bien hace reflexionar, sobre la aparente importancia de tener “el papelito”, cuestiona sobre las verdaderas prácticas de quien se dice ser médico, artista, abogado, diseñador solo por tener un documento que lo acredita.
También pone en duda de quién se llama cristiano, budista o ateo. Ahora que la religión es un producto cultural en constante competencia —de hecho ya casi perdida lucha— con otras formas que prometen una satisfacción espiritual en un mercado de lo sacro profanizado.
Pero también crítica la todavía recurrente costumbre de etiquetar al desconocido, desde la dualidad naco[1]/fresa, pasando por las distintas formas de discriminación: la clase social y la raza, factores tales como el género, el origen étnico, la nacionalidad la filiación religiosa o la ideología política. Como dice Patxi Lanceros “la posmodernidad ha evidenciado una vez más la práctica imposibilidad de pensar sin etiquetas”.
Así yo, con la etiqueta de El Artista —una burla de mi mismo y del arte posmoderno, al darme el renombre de artista, y concibiéndome el poder de hacer cualquier estupidez y llamarle obra artística— me pongo a etiquetar a la gente, con títulos como: naco, el carita, Doctor, la gorda, gamer, el feo, diseñador, cristiano, músico, hombre, mujer, homosexual, obrero, negro, Licenciado en Diseño y Comunicación Visual, diputado, zorra, anarquista, rebelde, ñoño, albañil, etc. Pero sobresale el carácter aleatorio del proceso que evita el prejuicio y lo hace más divertido.
Se puede plantear una hipótesis ante la reacción de las personas al recibir tal categorización en su persona, aunque sería algo arriesgado. La inserción de esta inscripción en la persona inmediatamente destruye la intimidad del sujeto, su burbuja de espacio personal es traspasada y al mismo tiempo atacada por una imposición de un desconocido que de un modo absoluto te cambia tu nominación, tu significante. Esto puede dar como resultado una clara reacción en contra, que va de u simple no y ruptura a un verdadero episodio violento— que espero este si sea grabado.
El sistema de valores es puesto a prueba, que tanto una persona puede aceptar una imposición directa a una difuminada —la impuesta por los mass media por ejemplo—, la sociedad del vive y deja vivir reacciona cuando el ataque a su supuesta individualidad, fabricada por una pseudopersonalización de su estilo de vida, es alterada por un pedazo de papel que aparentemente no dice nada.
[1] Según Nelligan, el término “naco” es una palabra totonaca que significa corazón, evidenciado la clara discriminación a los pueblos indígenas, quienes son los principales portadores de esta denominación.
En la sociedad actual dominada por el consumo, las personas son productos más del mercado. Se venden así mismas y su primera presentación ante el mundo es su título, ya sea de grado académico como vocacional. Pero esto nos hace preguntarnos si el significante (titulo vocacional) hace referencia al significado (practica real del ejecutante).
En la edad media, las vocaciones se transmitían de maestro a discípulo entonces se trasmitía el conocimiento de determinada “arte”; con la llegada de la industrialización esta práctica dio paso a la especialización. Ahora uno no puede meterse en la actividad de otro, cada quien tiene su rama y peor aún algunos no actúan bajo los “términos” de su supuesta profesión.
La obra “etiquetas” reflexiona, o más bien hace reflexionar, sobre la aparente importancia de tener “el papelito”, cuestiona sobre las verdaderas prácticas de quien se dice ser médico, artista, abogado, diseñador solo por tener un documento que lo acredita.
También pone en duda de quién se llama cristiano, budista o ateo. Ahora que la religión es un producto cultural en constante competencia —de hecho ya casi perdida lucha— con otras formas que prometen una satisfacción espiritual en un mercado de lo sacro profanizado.
Pero también crítica la todavía recurrente costumbre de etiquetar al desconocido, desde la dualidad naco[1]/fresa, pasando por las distintas formas de discriminación: la clase social y la raza, factores tales como el género, el origen étnico, la nacionalidad la filiación religiosa o la ideología política. Como dice Patxi Lanceros “la posmodernidad ha evidenciado una vez más la práctica imposibilidad de pensar sin etiquetas”.
Así yo, con la etiqueta de El Artista —una burla de mi mismo y del arte posmoderno, al darme el renombre de artista, y concibiéndome el poder de hacer cualquier estupidez y llamarle obra artística— me pongo a etiquetar a la gente, con títulos como: naco, el carita, Doctor, la gorda, gamer, el feo, diseñador, cristiano, músico, hombre, mujer, homosexual, obrero, negro, Licenciado en Diseño y Comunicación Visual, diputado, zorra, anarquista, rebelde, ñoño, albañil, etc. Pero sobresale el carácter aleatorio del proceso que evita el prejuicio y lo hace más divertido.
Se puede plantear una hipótesis ante la reacción de las personas al recibir tal categorización en su persona, aunque sería algo arriesgado. La inserción de esta inscripción en la persona inmediatamente destruye la intimidad del sujeto, su burbuja de espacio personal es traspasada y al mismo tiempo atacada por una imposición de un desconocido que de un modo absoluto te cambia tu nominación, tu significante. Esto puede dar como resultado una clara reacción en contra, que va de u simple no y ruptura a un verdadero episodio violento— que espero este si sea grabado.
El sistema de valores es puesto a prueba, que tanto una persona puede aceptar una imposición directa a una difuminada —la impuesta por los mass media por ejemplo—, la sociedad del vive y deja vivir reacciona cuando el ataque a su supuesta individualidad, fabricada por una pseudopersonalización de su estilo de vida, es alterada por un pedazo de papel que aparentemente no dice nada.
[1] Según Nelligan, el término “naco” es una palabra totonaca que significa corazón, evidenciado la clara discriminación a los pueblos indígenas, quienes son los principales portadores de esta denominación.
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